sábado, 27 de diciembre de 2014

Esculturas

El terreno es amplio, boscoso. Algunos cipreses, tres magnolias, dos palmeras y varios frutales. Un eucalipto, dos ginko biloba, algunos álamos plateados y un sauce llorón.


La casa es un galpón de proporciones industriales. El techo, a dos aguas. Las paredes son de piedra, como en una maison á la campagne. Los ventanales están rodeados por una enamorada del muro. Sus hojas, en forma de tridente, cambian de color con las estaciones. Van pasando del verde, al rojo.

La planta baja tiene una cocina y un gran espacio donde se enciman alfombras con diseños apretados en bordeaux, dorado y azul. Arriba, tres mesas bajas con diseños árabes. Los almohadones de terciopelo rodean las mesas. Algunos tienen borlas doradas. Tres fotografías cubren la pared.

Una garza, alas extendidas, el sol hace visible cada filamento de sus plumas, su comba y el frágil mecanismo que la mantiene en vuelo.

La cola de una ballena austral saliendo del océano, los chorros de agua salada deslizándose por la piel oscura, lustrosa.

Un hombre con un taparrabo, bailando frente a una cascada, largos conos en los dedos, lo cubre una máscara. Al verlo la sensación es de cercanía, como si pudiera adivinarse su éxtasis en medio de los elementos.

A veces se siente un leve olor a rosas y a sándalo. Por la ventana se ve una loma cubierta de hojas amarillas y plateadas. Un poco más lejos están la laguna y el sauce llorón. En la orilla, la escultura donde Psique vuelve a la vida con el beso de Eros. El mármol de sus dedos es traslúcido.

Adentro las paredes están cubiertas de libros.


Cada baño tiene un color distinto: esmeralda, rojo y azul. Hay un grabado en cada uno de ellos. Todos son del rapto de Perséfone.

Una escalera sin terminación ni barandas sube hasta una primera plataforma. En el centro está la cama, todas las sábanas son de colores claros, deslizantes. La enmarca un dosel de gasa. El piso está cubierto por una pátina blanca que deja ver las vetas de la madera. Se puede adivinar el lugar donde empezaba una rama, por los círculos más oscuros. Los caireles iluminan la cabecera.

La escalera sigue, ahora en dirección opuesta, hasta un escritorio con una máquina de escribir. La ventana da al jardín. Los libros cubren, de nuevo, las paredes. La barra de danza está a un costado.

Más arriba, la escalera atraviesa el techo y llega a un altillo donde hay varias esculturas. Las cubre un gran ventanal en el techo por el que pueden verse la luna, (apenas creciente), las estrellas, las constelaciones y el brillante cinturón de la Vía Láctea.

Las esculturas tienen formas cóncavas, como si mi cuerpo se hubiera impreso sobre ellas. Todas tienen mi tamaño.
La primera es una pirámide sobre la que puedo recostarme, como si fuera su molde. Empiezo por el mentón, el cuello, los senos y el abdomen, elevándome hasta la cadera para bajar de nuevo, desde los muslos hasta las rodillas.

La segunda es un gran rectángulo con un agujero en el centro. De él desciende la forma de mis piernas, hasta llegar al piso. Los muslos, las rodillas y los tobillos imprimen su profundidad sobre una textura similar al mármol negro, pero blanda al tacto.

La tercera escultura también es un rectángulo con un agujero en el centro. De él desciende la parte de atrás de mis piernas. Este círculo tiene un ángulo suave antes de llegar al coxis. Del otro lado, la forma de la espalda, el cuello y la cabeza se inclinan hacia arriba en contrapeso.

Otra escultura dibuja mis muslos separados en ciento ochenta grados. Arriba, el torso y la parte superior de los brazos, acompañan el movimiento, permitiendo que las piernas se abran más, más, más, y todavía, más.

A través del ventanal se ve el bosque. Algunas de las esculturas están en el jardín. El viento mueve las hojas de los álamos que titilan: amarillo, plateado, amarillo, plateado, amarillo, plateado.

martes, 16 de diciembre de 2014

Postales de la neurosis

Estoy sentada
en la parada del colectivo

llega una señora
tiene todo el pelo en un rodete
tipo La vie d’ Adele,
pero más
Marge Simpson

Tardo un rato en cederle el lugar
finalmente me levanto
la señora se sienta
me mira
la miro
me sonríe
pienso

hice una amiga en París

No pude resistir el impulso
de hacer el festejo futbolero

puño cerrado
empujando
atrás adelante
atrás adelante
como si tuviera un inflador en la mano

La señora me mira,
frunce el seño.
Me pongo a hacerlo con las dos manos
desde abajo hasta la cabeza,
como si fuera un ejercicio.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Caen

Dice mi vieja que de bebé nunca molestaba, ni lloraba. Cuenta que me dejaba abajo de un árbol y me quedaba toda la tarde ahí sonriendo, mirando la danza de las hojas.
             
Aceleré, se estaba por acabar el pavimento. En la segunda curva se abrió el horizonte: apareció el lago, rodeado de cipreses, robles y cohiues, que crecen sobre las rocas y caen el agua en picada. No quedaba rastro del otoño y su gama cubista de ocres, rojos, amarillos y naranjas que se reflejan en figuras sobre el lago. El invierno es los verdes y el agua plateada.
Llegué al mirador y hacía más frío que a la mañana. El cielo se había cubierto un poco. Dejé la moto y la mochila y me acerqué a la baranda. Del otro lado se veía la cascada. Siempre tuve una fantasía con las cascadas japonesas que están pintadas como en acuarela con esos pinceles finitos, rodeadas de bambú. Las patagónicas son parecidas, pero rodeadas de caña colihue, una especie más finita que el bambú.
La cascada caía abriendo un tajo en el bosque verde invernal de pocas hojas en las primeras ramas. La miré extasiada unos segundos. No quería sacarle fotos, no quería llamar a alguien para que la viniera a ver: quería verla yo sola, pero verla en serio con cada átomo de mi cuerpo hasta

ser su agua fría
estruendosa
bajando entre piedras
cauce crecido
nevada reciente
que rompe ramas nuevas y aturde
           
La quería mirar sólo a ella unos segundos, sin pensar en nada. Escucharla y sentir la bruma húmeda y plateada que se acercaba a mi cara y coronaba el bosque como una nube que perdió su camino. Cuando pude levantar la mirada, vi entre las copas que había empezado a nevar. Era una nevada de copos gordos, que tardan en derretirse en la mano y en la campera.

Ahí los vi, misiles en mis retinas
Caían sobre mí en combas excéntricas
Caían como salidos de chorros con centros infinitos.
Caían entre las copas que se abrían para engullir la cascada
Caían sobre mí y veía el cielo plateado, nublado
No sabía si mirar, oler, tocar, comer o gustar
Los miré primero, como había visto la cascada
Los miré sabiendo que estaba sola y que nadie iba a verlos ese día con ese cielo
Los copos dibujaban ciudades, bibliotecas y cartografías en mi campera antes de derretirse (por la mitad) y quedarse apuntándome desde el hombro
No quería irme
Quería quedarme ahí en el mirador escuchando la cascada
en el bosque frío de invierno con los copos que caían
como en las fiestas cuando largan el humo
o como en los recitales cuando largan el papel dorado
Caían y me acariciaban como si fuera una deidad invernal con sombrero de lana
Caían y yo los miraba con los mismos ojos con los que miraba bailar las hojas de los árboles

Me hice una promesa a mí misma
No me prometí sacarles una foto
no me prometí escribir sobre ellos
no me prometí volver en un día parecido para tratar de verlos

Me prometí que no me iba a olvidar nunca de la imagen
de los copos cayendo como pequeños círculos 
sobre un fondo plateado

Cuando los enfocaba de cerca eran como castillos de hielo,
como matemáticas eternas y borgeanas.
Me prometí no olvidarme,
no de eso de los castillos,
sino de esos copos redondos y grises
como manchas o como hombres que se tiran de un avión
vistos desde muy abajo,
o como misiles de amor
Me prometí no olvidarme nunca de esa foto mental y sensorial
con el ruido de la cascada y el fondo plateado
Me prometí que si alguna vez estaba triste iba a acordarme de esos copos
que miraba extática,
obsesiva,
estoica
que se derretían y enganchaban en mis pestañas,
enfriaban mi cuello y mojaban mi ropa
Me prometí eso y nunca rompí esa promesa
Todavía hoy no me olvido nunca de esos copos y de esa fiesta que me esperaba en la cascada
Pasaron diez años y cada tanto la miro
No la tengo guardada en una carpeta,
nunca la voy a perder y,
hasta ahora,
nunca le había contado a nadie de ella.


Cendre

Cha enumera las musas[1]. Urania patrona de filósofos y astrónomos. Calíope de la poesía épica. Clio, de la Historia.
Son las cigarras, tal como Platón las presenta en el Fedro, las encargadas de avisarles a las musas, quiénes entre los hombres, les rinden culto. Clío y la historia ¿La Historia? o ¿la historia? ¿Quién puede narrar, contar, atenerse a los hechos? ¿Quién puede sumergirse en el trasmundo y volver al mundo de los vivos? ¿Qué fuerza es la fuerza que confía, aún en el umbral de la muerte y el dolor que devasta, en el amor? Esa voz, esas voces ¿son femeninas? ¿Son hombres que dejan abrir la zanja de la con-ciencia? ¿Puede una fuerza atravesar La Racionalidad, romperla con un grito de dolor, y nombrarlo? ¿Es posible no repetir? ¿Es posible llamar a la acción?
¿Puede la post memoria y la memoria cruzada
Desde Les Belles Lettres y Maus, hasta Algeria, Hasta Iraq
hasta la Guerra Sucia en Argentina
escuchar sobre la violencia “doméstica”?
¿Puede la segunda generación y la tercera
y el feminismo y el post feminismo
escuchar del genocidio en la casa de al lado?
¿Podemos  escuchar los gritos, los golpes y el llanto?
¿Podemos vivir en una sociedad que tortura sistemáticamente y hambrea y exilia?
¿Qué es el Bien?
¿Estoy atada? Mis manos ¿son cerradas por barb wire?
¿Cuántas fronteras y púas y guerras y bombas y hambre e imperio?
¿Cuantos Jueces y fondos  y deudas?
Urania, sé mi testigo. Cigarras lleven el mensaje.
Vidas cortas, pero intensas: conozco la tortur
conozco vivir la tortura entre cuatro paredes
conozco el dolor que desgarra y la muerte en vida
conozco el cinturón una y otra vez
una y otra vez y las piernas marcadas
conozco el algo habrá hecho
Nueve años en el infierno
Nueve años entre golpes, gritos, insultos y la sensación de dormir para, quizás, no despertar
Pasar una temporada en el infierno es también, necesariamente,
conocer el segundo nacimiento
Benditos sean los que sufren (y lxs que luchan)
como el fénix
Morir y renacer fortalecida
Para prender de nuevo el fuego,
son necesarias las cenizas
Esa es, quizás, la fuerza que puede amar incluso en la cara del odio
Esa fortaleza en la vulnerabilidad es, quizás, femenina
Si hay memoria, y si hay política, es necesario llamar a las cosas por su nombre
Es necesario volver de la muerte, para sanar viejas heridas y evitar las nuevas.







[1]               Cfr. Cha Teresa, Dictée, University of California Press, Los Angeles,  2001. pp. 43

Otra vez

Quiero arrancar
mil capas de arena
estallar millones
de espejos
despertar por primera
vez sin miedo
todo me aterra
el muro se deshace
y otra fuerza aparece
titilante

Me quedo paralizada
el pánico aparece en cuanto se va

Otra fuerza
como la de los animales
y los niños
la verdadera fortaleza
hunde sus raíces en
la fragilidad

Una fuerza
desconocida
sepultada por milenios
murió con el Imperio Romano
las guerras en Grecia
las Cruzadas
la Primera Guerra

Eventos que sólo conocen
la fuerza del miedo
que corre, pero hacia delante

La carne expuesta
la desnudez terrible

La debilidad da ganas
de ser profanada,  
golpeada,
rota y destruida

La mirada débil
que se entrega es
insoportable
en ella hace señales
un amor que no
conoció espacio en la Historia

Ese espacio vacío
no mira a los guerreros
con temor
Al contrario
se encuentra a miles de metros
sobre el nivel del miedo

Esa fuerza
conoce la paciencia del tiempo
Espera sonriendo con la tranquilidad
de una certeza
se sabe más fuerte que miles de ejércitos


Escribo porque su presencia es
insoportable
me quiere entera
sin condiciones

Nos miramos,
hacemos una danza
de movimientos infinitos, espaciales o febriles
avances, retrocesos
Me regala atardeceres
Me regala Madres y Padres
Me regala hermanas
Me regala canciones
que quería escuchar en la radio

Me regala una Felicidad
que no creía para mí
Sus regalos me apabullan
disparan todas las alarmas
No es un esfuerzo el
movimiento que me exige

Mientras tanto
preparo el terreno
intento decorar las habitaciones
antes de su llegada
La espero
sé que está cerca

Su nombre impronunciable
es
confianza
aullido
orgasmo
caricia

La pregunta es y siempre fue la misma
¿sí o no?
El sí lo di antes de tener memoria
antes de poder formularlo
ahora quiero repetirlo
cerrarlo sobre sí mismo
con el movimiento de un exceso
un pliegue


Que entonces el estallido sea
tan fuerte como el nacimiento de una
galaxia o como el sonido de un
cascarón de mariposa
y entonces sí
obedecer para siempre en su mirada
amar para siempre como una llama
dejarme guiar por animales, niños y enfermos
Vivir la locura del Paraíso en la tierra

Contemplar para siempre
el éxtasis de los sublime
Y entonces
no correr más
no correr nunca más


Tomar tu mano
y mover los planetas
hasta encontrar el apoyo
tomar tu mano para no soltarla
nunca y esperar nuevas manos
que repitan el gesto

como el fuego
como el fénix
como el eterno retorno
como la mirada que dice “sí, otra vez”