miércoles, 28 de septiembre de 2016
A Johnny
A Johnny lo conocí la primera vez que fui al Cotolengo Zanocchi, cuando todavía quedaba en Victoria. Íbamos a verlos con Jime, Lucas y Belén. Belén trabajaba ahí y nosotros éramos voluntarios. Yo estaba a cargo del taller de relajación. Jime se ocupaba del taller de feminidad. Antes de mi último viaje tuve la necesidad de cerrar uno de mis pendientes más insistentes. De esos que no te largan por años. Volver a ver a los chicos y llevarles una parte de las toallas y las tazas que mi tía María Carmen hizo a mano con mi abuela Mery. En el taller de relajación estaban Hernán, Lidia y varios más. Los considerados más locos estaban conmigo. Con algunos trabajaba desde la música, muchas veces bailaba con ellos, movía sus sillas de rueda al compás, y sacudíamos la cabeza, nos reíamos. Me sanaban. A veces les hacía oler cosas como el eucaliptus. El tipo de discapacidad de los chicos del Zanocchi era severa, de las más severas. Era neuronal, por distintas razones, pero en un grado que atrofiaba mucho el cuerpo. Después cada caso tenía sus bemoles. Lidia, por ejemplo, además de todo tiene enanismo y es ciega. Ella estaba un poco al margen (adentro del margen del margen). Muy postergada. Conmigo comía. Llevaba tiempo y las dos terminábamos bañadas en puré, pero comía. A veces había que atarle las manos. Ella se entregaba a los masajes. Esa parte le gustaba. Yo iba uno por uno con cada pie del el grupo. Usaba el Shiatsu que Eiji Mino le enseñó a mi mamá. Johnny estaba en el taller con Lucas. Hacían música. Se divertían. La actividad era una excusa. Hacíamos lo que se podía, o lo más importante. Una vez llevamos a los chicos a Salta. Se nos puso en la cabeza que los pibes podían viajar, conocer, disfrutar, llegar al cerro. Lucas que es grandote como un ropero lo cargaba a Johnny para ir al cerro. Después de ese primer viaje llegué a casa rezando un rosario blanco de plástico mugriento, como un mantra. No es fácil viajar con los chicos, la medicación, los pañales, las duchas, llevarlos, subirlos, trasladarlos. Mi hermana vino en uno de los viajes. Creo que sin ella las chicas del Cotolengo de Avellaneda hubieran vuelto hasta capital con el asiento sin reclinar. Cande las tapó una por una y apagó las luces del pasillo. ¿Somos comunidad o no? Te preguntan con su presencia, con su corporalidad. Me acuerdo de buscar a Johnny para tener un momento solos. El era muy chico cuando lo conocí. Venía de la calle. Su hermana lo llevaba en un cochecito. Pedían monedas en el Mitre. Por la discapacidad neuronal toda su columna estaba rotada, todos sus órganos internos rotados, sus piernas atrofiadas, le costaba tragar, pero entendía todo y te respondía con la mirada. Se reía mucho. Mucho. Y no podías no reírte con él. A veces pasaba enseguida al llanto. A veces lo consolabas, a veces lo gastabas “dale bebote” y se reía. Cuando bajé la escalera del colectivo para verlo no había nadie con él. Le había llevado una guitarra para que toquemos juntos. Lo ayudé a mover una de las cuerdas. Sonó. Se reía. Estuvimos así un rato largo, hasta que empecé a llorar. No sé porqué. Ni por qué con él, pero se me caían todas las lágrimas. No era un llanto aparatoso. Era agua que me inundaba la cara en silencio. Nos mirábamos. Con mucho esfuerzo él levantó uno de los brazos y acercó su mano hasta mi cara. Yo no sabía qué pensaba hacer. Creí que íbamos a jugar a algo. Cuando logró que su mano llegue, la movió como pudo. Me está acariciando, pensé. Tuve el impulso de llamar a alguien, de contarles: Johnny me acarició, pero me quedé inmóvil. Nos quedamos así un rato largo. Lo volvió a hacer como tres veces. Se movía despacio, con mucho esfuerzo. No sé bien ya quien consolaba a quién (o si se trataba de consuelo o de un amor de estar vivos que era una fiesta) Sí me acuerdo que yo casi no podía ver por las cataratas que me bajaban de los ojos. De ese encuentro pasaron muchos años. Fue muy doloroso dejar de verlos, pero se mudaron a Claypole. Mi vida también cambió. Antes de irme (a mí último viaje) quise ir a verlos. Quería ver a Lidia, a Johnny, a todos. Llegué y fue uno de los primeros que vi. Estaba en la silla. Enorme, adolescente, alto. Con la misma sonrisa de mil millones de soles. De vuelta me puse a llorar apenas lo vi. El se reía y lo miraba a mi viejo, que también había venido a saludarlo. Escuchó los mensajes de Belén muy atento. Se reía. Me miraba y se reía. Yo lloraba y me reía con él. Las enfermeras me contaban que estaba yendo al colegio ahí adentro del Cotolengo. Me costó irme. Siempre me costaba. Me fui feliz de haberlos visto, de verlos tan bien cuidados en su casa con las paredes de colores y el jardín gigante. Me fui fuera de mí, que es como suelo irme y llegar. Cuando volví del viaje Belén me avisó que murió Johnny. Me dijo que fue una semana después de mi visita. No dije nada. Dura, como de piedra adentro. Ahí no lloré. No. No. Johnny no. Después dije algo como “nos estaba esperando”
Belén me decía que se le complicó un resfrío. Yo lo había visto tan bien. Yo no sé nada. “En un sentido es un alivio”, dije. “Ellos sufren mucho acá” dijo alguien. No sé. No sé por qué pasan estas cosas. Sí se que Johnny fue y es un ángel en muchas vidas. Un maestro que me gustaría recordar. Porque fue mi amigo. Porque es cada vez única el fin de un mundo. Me gustaría recordarlo así, como en nuestras fotos, para que su sonrisa sea siempre caricia de amor. Sos mi estampita del coraje. Mi san jorge. Muy pronto tocamos la guitarra del otro lado del río griego.
viernes, 23 de septiembre de 2016
Sounión
Un año después
llegué a cabo Sounión
no era la misma
que había visitado Delfos
Crucé mareas
afectos
profundidades
que me rompen entera
del dolor del otro
Conozco a Poseidón
que en mí siempre es madre
y padre
Habla
de amores
posibles
de dolores
reales
y de amor piadoso
infinito
que se derrama
sin control
ni bordes
ni fronteras
De corazones
atravesados por siete puñales
que iluminan la galaxia
de la que maman
niños y animales
y dijo
(mientas el Sol
se hundía en el crepúsculo del mar)
"La divinidad es tuya
no te arrodilles
no esperes consejo
ponete de pie"
Y me levanté
sonriendo
como el Sol
y supe
que era cierto, que nada
jamás
puede derrumbarme.
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